miércoles, 17 de febrero de 2010

Bagatella en Caballito

Caminando por Rivadavia fui llegando a Caballito, a esa zona de estaciones y de negocios extraños. Como por ejemplo aquel negocio de antiguedades por la calle Rojas. Su vidriera era una verdadera bagatella, un espectacular cambalache. Nada de lo que veía parecía tener valor. O mejor dicho, era el valor de los nostálgicos, de los coleccionistas... Era otro mercado, el mercado de los recuerdos, de las cosas de ayer. Una moneda, un muñequito de colección, un disco de pasta o un libro antiguo. Una foto vieja, un sombrero, vajilla de plata antigua. Una radio, una alcancía de porcelana, figuritas de un álbum. Y todo con un común denominador. Todo pertenece al ayer. En este ámbito las cosas antiguas cobran un valor especial. El afectivo y el monetario. Hay cosas que un verdadero nostálgico no vendería ni por todo el oro del mundo. Y hay momentos también de desesperacion donde es necesario vender... Y la necesidad responde a muchas cosas... A la que uno solo se plantea por vicios ... y a la que surge del contexto mismo de la pobreza o de una "mala racha"... Y allí me detenía, ese lugar me era familiar... Me podia imaginar con la nariz apoyada en el vidrio sucio de la casa de antiguedades... Horas y horas... quien sabe si tal cosa era o no real... Otro mas de mis recuerdos? Una plena labor de mi imaginacion sin limites? Y allí estaba el dueño, un hombre de unos cincuenta años... estirando los brazos de aquí para allá, hablando sin cesar... Sentado, en la penumbra del negocio, permanecia en silencio y con la mirada atenta a un trozo de diario su perfecto opuesto... un viejo con acento español, delgado, con una boina negra y que seguramente era un asiduo visitante... Parecia tranquilo, callado, sólo escuchaba. A medida que entraba al negocio me detenía en cada muñeco, cada letrero o afiche que me resultaba llamativo o familiar... Mi atención se detuvo en uno que decía...
El amenazado
Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa mascara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De que me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que uso el aspero norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana, pero la sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con su pequeñez, magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejercitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
J. L. Borges
Estaba fascinado y asombrado. El vendedor seguía moviendo los brazos y repartiendo volantes pequeños a quien se acercaba tan solo a preguntar el precio de un diminuto muñequito. El otro viejo de la gorra permanecia sentado en la penumbra. Yo seguía pensando en el poema. Y ahora, una voz surgía suave pero con fuerza en algún tocadisco antiguo, uno que se sentiría como en casa. Prestaba mi oído...

4 comentarios:

  1. No creo que todavía te lleguen las notificaciones de este blog... Pero cuando falleció Spinetta, se me vinieron a la mente muchas cosas. A los ojos muchas lágrimas. Y terminaste despertándote en mi corazón.

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