jueves, 18 de junio de 2009

En sueños se fue...

Nos paseábamos de manera desfachatada, imitando al viento que abre puertas y ventanas sin formalismos o presentaciones. No en todos lados era bienvenido Fedor, sobre todo cuando entrabamos a alguna panadería o bar. Yo hurgaba media lunas o algún pan recién sacado del horno y a él lo echaban con ademanes o a escobazos. Yo puteaba al tipo que lo echaba y me iba con Fedor. Llegamos a Rivadavia y Esmeralda, magicamente una plaza se abría como cráter entre edificios. Esa zona de oficinas, bancos y edificios altos contrastaba tremendamente con ese espacio verde que alguien nombró como Plaza Roberto Arlt. Estaba hundido entre los edificios. Parecía emerger con los brazos abiertos, hacia arriba, como para tomar aire. Tal contraste resultaba incluso obsceno. Pero era el mínimo espacio de aire puro entre tanta locura de pasos acelerados, camisas sudadas, corbatas que luchaban por saltar del cuello y papeles acumulados y enrollados. La plaza tenia gradas a parte de bancos y el pasto, que era una bendición para quienes pasaban el día tocando plástico y metal. Fuimos con Fedor a lo mas alto de las gradas. Desde allí contemplábamos todo, por soberbia, por curiosidad. Comparti dos baguettes con mi nuevo amigo, y dos media lunas que había tomado de un bar donde las sirven rellenas de jamón y queso, relleno que no era posible en este caso. El sol no lograba filtrarse con fuerza y llegaba de un modo mezquino. Sentí una pereza, una especie de adormecimiento general. Nunca había experimentado tal cosa pero era un sopor que me invitaba amablemente y me resultaba difícil rechazar tal ofrecimiento gentil.
Abrí lentamente los ojos, los párpados luchaban tenazmente pero fue cuestión de segundos, dos, tres, y mis ojos empezaron a ver todo de modo extraño. Me refiero a la posición del foco que ellos hacían. Noté de inmediato que estaba acostado. Había luchado en vano contra el sueño, pero fue una derrota dulce y divina. Trágicamente pensé en Fedor, me incorporé de inmediato, mire a un costado, luego a otro, en todas direcciones. Asustado, temiendo lo peor, me pare de un salto. Desde esta ubicación tendría que verlo. Grité su nombre. Nada! Bajé desesperado de las gradas, corrí sin saber a donde, gritaba su nombre sin consuelo. De verme, la gente asistiría a un lamentable espectáculo, el de un loco gritando desesperado y corriendo en círculos. Corrí por ultimo en dirección a Rivadavia... Vencido, me detuve y me arrodillé en medio de la calle, buscando tal vez ser materia al fin para que algún colectivo ajusticiara mi ser por tan negligente actuar con mi único amigo, que me había abandonado.


2 comentarios:

  1. Escribís muy bien... No sabía de tal cualidad, estimado, Rascolnicov.

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  2. No tanto... a veces prefiero el dialogo a escribir solo... termino vomitando palabras...

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